Muchas emociones se
atropellan en mi mente cuando paso paulatinamente de la actividad frenética, a
la relajada vida del veranillo estival. Es algo que he vivido en multitud de
ocasiones pero a lo que nunca me acostumbro.
Se me llevan los demonios y miro aquí y allá a ver si
encuentro un ´nicho de actividad´ donde pueda desfogarme aplicando mi frenética
capacidad de trabajo con el fin de no dejar de practicar el “sano” deporte de la adicción a la actividad.
Una vez más he vuelto a ser consciente de que la mente sí
necesita reconcentrar su actividad en la visualización del camino que está
siguiendo, por muy claro que uno lo tenga. Pero eso sí, sin una gota de juicio
ético o moral subyacente. Me veo en la necesidad de descansar de mí mismo, de
colocar el ´electroencefalograma personal´ en el nivel más plano que me sea posible para
poder observar con mayor claridad lo que soy ahora, en lo que me estoy
convirtiendo haciendo lo que hago.
No me refiero a si soy feliz o no lo soy, a si estoy
realizando adecuadamente mis proyectos, no. Me refiero a ver y escuchar en
silencio el hálito vital que se filtra a través de mis actos, para observar de
forma directa lo que a mí me importa esto o aquello, lo que de verdad me
importa, y todo lo que rodea a esa circunstancia. Porque si aspiro a alcanzar
una meta concreta, está aspiración está ligada a los múltiples factores que debo
saber manejar. Descubrí, con mucho dolor por cierto, que si tan solo me importa
llegar a ser algo en concreto, me iré apartando de todo y todos, y TODOS lo
verán en mi proceder, menos yo mismo por haberme perdido en el “vuelo”
horizontal donde se pierde la perspectiva vital. Por mucho que espere entonces
que el grupo se acerque a mí, y por más
que el grupo intente hacerlo, siempre correré más rápido en sentido contrario.
Observo que la vida es una cuestión plural, y vivirla
debería serlo también, dado que la naturaleza de este mecanismo está inmersa en
la propia vida de uno mismo. Más que felicidad yo hablo de equilibrio, esa
difícil cuestión que requiere del no menos inaprensible pero esencial sentido
común.
Aunque duela quizá, veo como algo muy positivo dedicarse,
cuando uno aprende a detectar que lo necesita, tan solo a observar la vida en
general y en particular como forma de obtener una extraordinaria guía del
viajero. Sin excusas, sin justificaciones, sin razonamientos elaborados por la
necesidad de turno; observar, sólo observar, para ver con claridad lo que está
ocurriendo dentro y fuera en un instante en concreto, ese instante en el que
has decidido parar de hacer ruido porque por alguna razón te has saturado de ti
y de los demás.
Tan solo en esos momentos es cuando uno comprende que en más
ocasiones de las que uno podría reconocer sin sonrojarse, cambiar de dirección,
de opinión, de forma de ver las cosas, no es tal cosa, es tan solo necesidad
compulsiva de movimiento.
Y como decía el humorista: ´si hay que ir se va, pero ir por
ir, es tontería…´