Leyendo un texto de J. Krishnamurti que habla sobre el
mecanismo de la acción he comenzado a indagar sobre esta cuestión y lo voy a
compartir con vosotr@s.
Observo que
las acciones cotidianas están planificadas, y es el pensamiento el que las
planifica y ordena. Hora de levantarse, aseo, menú para hoy… Y esas acciones
habituales o mecánicas son posibles porque hubo un aprendizaje previo que está
almacenado en la memoria en forma de conocimiento, y que puede variar a causa
de las experiencias al respecto que almacenamos. Digamos que estamos preparados
para asumir modificaciones ya aprendidas en nuestras rutinas, y por ello las
integramos en ellas. Estas acciones se pueden comparar inicialmente con un
plano en dos dimensiones (es algo muy limitado, básico); existe una tercera dimensión
que procede de los pensamientos que manejamos a lo largo del día y que
conforman nuestra forma de actuar frente a los acontecimientos en los que nos
vemos envueltos y que por lo tanto nos afectan.
Sobre el papel, planificar es muy
sencillo, pero al tratar de plasmar esa rutina, la ´tercera dimensión´ antes
aludida tiene un papel determinante en el desarrollo de los acontecimientos.
Por ejemplo, suena el despertador y quizá mi primer impulso sea apagarlo y
seguir durmiendo; entonces tiene lugar un conflicto interno… Me voy a asear y
al mirarme en el espejo me ensimismo e invierto más tiempo del previsto; otro
conflicto… No quiero ir a trabajar esa mañana y por ello reacciono mal ante mi
esposa; conflicto enlatado… O sea, que la propia acción planificada no suele
salir como yo la diseñé, más bien adquiere vida propia. Uno de los mayores
conflictos surge cuando yo quiero que mis acciones sean eficaces y respondan al
plan prefijado. Con toda su rigidez, planificación y experiencia, ni los
militares, ni las grandes multinacionales han podido solucionar esto.
Observo que esto se debe a que en
buena parte necesitamos vivir en un mundo seguro, donde todo discurra sin
sobresaltos y donde no haya variables molestas que nos lleven a tener que
adaptarnos a nuevas situaciones imprevistas. Esto se ve muy bien en el tráfico,
es muy fácil que un conductor pierda los nervios, ya que había planificado ir
del punto A al B, nada más, y el tráfico ya se sabe… Parece que nos negamos a
ver que todo proceso nunca ocurre dos veces de la misma forma, incluso en el
mundo de la automatización de procesos industriales se sabe esto. Así pues, todo
lo nuevo suele ser visto como una molestia, como un acontecimiento indeseado.
Se habla mucho del saber adaptarse y
el estar preparado para el sobresalto cíclico. Lo que me llama la atención es
que esas variables no alteran la ecuación de la acción, sino que se suman a
ella, por lo tanto no variaremos los resultados, sino que tan solo nos hemos
resignado al hecho de que existe variabilidad, y así y todo seguimos queriendo
que las cosas lleguen al punto previsto. Si incluso en las empresas más
complejas tecnológicamente hablando, las cosas nunca salen como se
planificaron, ¿cómo podría ser diferente en el terreno humano?
¿De dónde procede esta forma de
enfocar la vida y sus procesos?
Observo que
la necesidad de seguridad está provocada por el miedo a lo desconocido, a lo
misterioso, a lo que no podemos controlar. Como uno de los ejemplos culmen de
todo esto está la muerte; fíjense en la cantidad de teorías, creencias, ideas,
que se han creado a su alrededor. Pero al final, el hecho sustancial e
innegable para toda persona que desee verlo sin intermediarios, es que con la muerte
llega el silencio y la disolución. Quizá entrando de lleno en ello, dejándonos embeber
en ello, podamos aprender directamente del hecho en sí, sin intermediario
alguno. Siempre que podemos comemos alimentos frescos, o lo más frescos
posible, sin embargo en el mundo de la acción, muchas veces tenemos como combustible
del motor de la acción a alimentos momificados.
Observo que
actuar de forma creativa en la vida requiere de toda nuestra atención, y en sí,
esta forma de actuar no necesita del pensamiento, que es experiencia, memoria, tiempo,
y por lo tanto pasado. Si la acción estuvo bien realizada no quedará huella en
la memoria pues constituye en sí el alfa y el omega.
Nuestra
manera de proceder en la vida afecta a los demás, si estamos crispados, tristes,
alegres, eufóricos, etc, transmitimos eso en nuestro entorno, y ello se propaga
como las ondas y termina afectando antes o después a todos los humanos. El
ambiente de crispación en mi trabajo no se va a quedar entre los muros de la
oficina, de alguna manera va a entrar por las venas de los trabajadores que van
a inocularlo en su entorno, y así sucesivamente, tal como lo hace una epidemia.
Observo que una forma revolucionaria y siempre nueva de actuar desactiva este
efecto perverso y nos lleva a actuar como una sola entidad, que es lo que somos
en esencia. La humanidad es un organismo simbiótico; el autoconocimiento serio
y responsable acaba por desenmascarar en cada acción al ego, la razón de su
creación y su forma de proceder. Cuando un conjunto de personas, libremente se
transforma en un equipo, la individualidad se diluye.
Si el ego es
un particular conjunto de pensamientos agrupados de una forma única
(personalidad individual), este tiende a velar por sus intereses. Cada cerebro
enfoca los problemas de la vida desde una óptica diferente y cree que esa es la
mejor visión. El conflicto es entonces inevitable, la individualidad trae el
conflicto, y la acción es siempre parcial y exclusiva.
Quiero acabar con una serie de
preguntas: ¿Es posible así un entendimiento verdadero, o se trata de una
alternancia de intereses, con lo que los mismos problemas siguen de forma
latente imbricados en la sociedad? ¿En un mundo en el que el ser humano descubre
esta relación simbiótica, hace falta la individualidad, lo mío y lo tuyo? ¿Si
cada momento es único e irrepetible, de qué nos sirve el retenerlos en forma de
experiencia? ¿Es posible actuar de forma inmediata sin la intervención del
pensamiento? ¿Sin ideologías ni ideas, en qué se transforma el pensar?