No deja de sorprenderme el paso del
tiempo. Hace un tiempo indeterminado que “se” que el tiempo determina todo lo
existente, pero cuando intento determinar si eso lo “se” o lo “creo” no puedo
decir nada concluyente. Estoy experimentando este conflicto ahora, en este
momento, pero dentro de un instante el foco de mi conciencia se trasladará a
otro lugar y olvidará momentáneamente lo que ahora está de actualidad. Curiosamente
eso es lo que me molesta de las conversaciones conmigo mismo o con los demás,
que pasamos de un asunto a otro a gran velocidad, no hay tiempo para asimilar
nada, para reflexionar sobre nada. Veo con claridad que el mundo es una
proyección de uno, el mundo es también uno.
Hoy es un día muy especial para mí, hoy
hace un año que tomé una importante decisión que ha cambiado enormemente mi
forma de vivir. Hace un año volví a la vida desde ´el mundo de los ideales´,
ese mundo donde uno permanece enajenado de casi todo lo que no sea “esencial”,
donde vive prácticamente de lo que los demás (hermanos mayores y maestros) le
dan, unos “demás” que están más enajenados que él mismo y a los que incluso uno
aspira a emular. Consumiendo “productos altamente nutritivos para el alma”
(muerte enlatada) pasaron muchos años, y en algunos momentos, como el animal
que hiberna, me medio despertaba, y al no gustarme lo que veía prefería soñar
con mi sueño perfecto lleno de gente imperfecta que quiere desear
fervientemente no serlo y que hace muy poco para lograrlo. Literalmente he pospuesto
una y otra vez el acceso a la realidad, el acceso al mundo tal y como es y no
tal y como debería ser.
Los idealistas líderes llegan a serlo
porque no soportan lo que ven y construyen un mundo a su medida creyendo que
eso será la solución. Los idealistas comprometidos no son lo suficientemente osados
como para formar su propio grupo y se adhieren con gran fuerza al, o los
líderes de un ideal concreto que se aproxima a su concepción de las cosas. Pero
desde el momento en que proclaman sus ideas comienza la lucha con los otros
idealistas del mundo que no quieren tener en su espacio la presencia de ideales
“contrarios” a sus creencias… Para que un ideal arraigue es preciso que sus
postulados sean creídos y defendidos con fuerza para que puedan soportar el
desgaste al que los someterá el tiempo y los otros idealistas. Por ello la
máxima del ´fin justifica los medios´ se hace necesaria, así que se tergiversa
y se miente para mantener a las bases tan o más hipnotizadas de lo que lo están
sus líderes. Si se observa con atención se ve que nadie sabe hacia dónde se
dirige el grupo, se sigue hacia adelante por inercia, por hábito.
Observo que los ideales son
exclusivos y excluyentes, pertenecen a lo polar y son una proyección del
conflicto que hay en nuestro interior. La gran problemática mundial y personal,
sumado a la angustia vital por no saber qué hacer nos llevan a pensar que
debemos unirnos para tener la fuerza suficiente como para intentar cambiar el
mundo a través de la revolución (pacífica, violenta, ideológica…)… El resto de
la historia la podéis leer en los libros y ver en los telediarios.
Pero al poco de “apoyarse” el ideal
de turno en el mundo, comienza el conflicto, debe hacerse un lugar en él y los
demás no querrán hacérselo, así que no le quedará más remedio que “ganarse su
derecho” a la fuerza, desplazando a los demás y haciéndose un hueco en el
panorama de los ideales. Esto mismo que ocurre en lo exterior, le ocurre a toda
persona que quiere instalar dicho ideal en su interior; la batalla por la hegemonía
de las ideas está servida. Una buena parte de nuestra energía vital se
invertirá en el proceso dejando así “fuera del foco” a la mayoría de los
asuntos mundanos. ¡Ha nacido el idealista, abrámosle paso! Ha muerto el ser
humano que quizá algún día anheló la libertad pero que no la creyó de este
mundo.
Observo que si no comenzamos por
nosotros mismos, el conflicto se seguirá extendiendo generación tras generación.
Observo que es imprescindible el autoconocimiento serio y responsable, no
apoyado en ningún sistema de pensamiento, en ninguna conclusión previa, tan
solo sustentado por la genuina necesidad vital del cambio total y el
aprendizaje instantáneo que proporciona el interminable presente que vivimos. La
gran revolución es la personal, si uno la lleva a cabo, la revolución colectiva
será una consecuencia. Somos lo suficientemente capaces como para hacernos las
cuestiones e indagaciones necesarias sin recurrir a “autoridad” ninguna.