Este artículo es una continuación natural del publicado en diciembre de 2011 con el título “los ideales: el burro y la zanahoria”. Parte de la observación de que para que un ideal arraigue en nosotros, debemos creer en él, y de que nuestro grado de idealismo (implicación) dependerá de lo firme que sea esa creencia. Ante la gran cantidad de ideales que aparecen y desaparecen a lo largo de la historia, nosotros elegimos uno o varios y necesitamos instaurarlos dentro de nuestra mente, y el pegamento es la creencia. Si dejamos de creer, dichos ideales pasan a tener una importancia relativa o incluso a no tener ninguna. Así explicado parece que estamos ante un gigante (ideales) con pies de barro (creencias). Por lo tanto es en el arraigo de la creencia (adoctrinamiento) donde los idealistas ponen una parte importante de su esfuerzo.
Observo que la inmensa mayoría de las personas tenemos algún tipo de creencia, sea esta del tipo que sea; el ser humano tiene necesidades básicas y una de ellas es la de darle explicación a todo acontecimiento significativo del que guarda constancia a través de la terna experiencia-recuerdo-conocimiento. En cuanto a lo que nos parece significativo encontramos, como en todo lo humano, disparidad de pareceres y opiniones, a saber, puede para unos ser motivo de asombro algo que para otros carece de importancia.
Algunas preguntas más o menos lógicas pueden surgir de estas y otras consideraciones. ¿Por qué existiendo una enorme variedad de creencias los seres humanos generalmente se aferran a una sin querer saber nada de las demás? ¿A qué especie de instinto pertenece la necesidad de creer? ¿Son las creencias necesarias para vivir como un ser humano? Antes de abordar estas preguntas, primeramente quisiera explicar cómo veo hoy a las creencias en general y a la necesidad de creer en particular.
Podríamos pensar que la aparente escasa cantidad de conocimientos que tiene una gran parte de la población mundial conduce irremediablemente a la creencia. Tratamos así a esta como un subproducto nacido de la falta de conocimiento del mundo en general. En contra de este argumento hay otro que señala que una buena cantidad de intelectuales tienen creencias muy arraigadas. Podríamos pensar que la creencia es condición indispensable para llegar a la sabiduría, pero sabemos que determinados sabios universalmente conocidos fueron acusados de no creer en nada, ni siquiera en Dios, y por ello fueron acusados de impiedad por los que no eran sabios y sí creían. Podríamos pensar que las creencias pertenecen exclusivamente al entorno religioso porque se dedican a explicar a su manera aquello para lo que no hay respuesta. Pero sabemos que una idea política nace de la creencia en unos ideales concretos. Podríamos pensar muchas más cosas, tantas como mentes que consideren esta cuestión.
Observo que necesitamos creer para que nuestro mundo adquiera cierta dimensión relacionada con nuestra visión de él (eso explicaría que las creencias que hacen sentirse libre a una persona pueden agobiar a otra). Es así como se crean bandos con diferentes creencias que luchan por prevalecer y someter o aniquilar a los integrantes de la creencia rival (la novela histórica “El conde Belisario” es un buen ejemplo). De una forma u otra, lo único que sabemos con certeza es que la necesidad de creer en algo es un hecho generalmente aceptado por la mayoría de nosotros.
Me atrevo a comparar la creencia con la necesidad de depositar nuestra confianza en una idea que engloba ciertos aspectos de la vida como a nosotros nos gustaría que fuese. Pero esa visión del mundo que deriva en el término “como a mí me gustaría” está relacionada con las características personales, con la educación en el entorno familiar y social, además de estarlo con la época en la que vivimos. Hay una época en la vida en la que tenemos una urgente necesidad de posicionarnos ideológicamente y elegimos una opción (personal, familiar o social) que “coloreará” a las demás; entonces es cuando, para afirmarla, adoptamos ciertas creencias relacionadas con nuestra elección y observamos todo lo que nos llega con esa lente. Sin esta autoafirmación constante nuestras creencias se esfumarían. Observo por ello que una idea por sí misma no transforma al ser humano en aquello que anhela, sino que es a través del esfuerzo y el sacrificio donde encuentra la tierra donde crecerá su semilla. Y son ambas herramientas (esfuerzo y sacrificio) las que se encargan de apartarnos de las demás opciones.
Observo que las creencias son entes excluyentes, desarrollan en el ser humano la necesidad de defenderlas de las demás, y es ahí donde nuestra amiga la mente, con su máquina, el cerebro, entran en escena. Como dije anteriormente hoy en día a nadie le extraña escuchar que el cerebro de los mamíferos es una máquina diseñada para la supervivencia, y el cerebro humano no es una excepción. Por lo tanto, para sobrevivir en el mundo de las ideas, nuestra mente configura al cerebro para que “adapte” la sensibilidad de sus sentidos al rango de percepción que asegure una interesada selectividad de la información que será procesada por la mente de acuerdo con su programa (ideal-creencia-adoctrinamiento).
Quisiera establecer una relación entre creencia, seguridad personal y violencia. Es innegable que una persona con una creencia firme se la ve muy segura de sí misma. Indudablemente si pasa por un periodo de “duda profunda”, ante la inseguridad y el miedo que experimenta , como mecanismo de defensa suele recurrir a aferrarse con más fuerza si cabe a su creencia; de no ser así, entonces buscará sustituirla lo antes posible por otra creencia para intentar anular ese miedo. Ante el miedo que produce dicha inseguridad existen eficaces sistemas de defensa que consisten en: hacerla crecer día a día con esfuerzo, hacer que se “enquiste” para que se haga fuerte en nosotros, hacer que el mayor número de personas la adopten como suya. En cualquiera de los tres casos vemos como la violencia se impone siempre. Llevamos miles de años imponiendo nuestra voluntad a todo aquel reino natural, persona o grupo que desafíe nuestras creencias. Lo que nos lleva a relacionar a la creencia con la defensa de una causa, y a esta con la violencia (¿existirían los pacifistas si no hubiera violencia? ¿Son unos y otros hijos de los mismos padres?).
Para una gran mayoría de nosotros la exclusividad de la creencia es fundamental. Vamos, que nuestra creencia suele ser mejor o más fundada que la del vecino, la familia x, el país de al lado, incluso participando de la misma idea, credo… Así que incluso dentro de la misma creencia existen grupos de opinión que en el fondo luchan por imponer sus criterios al resto del grupo, y lo consiguen cíclicamente siguiendo la máxima que dice que el poder alternativo es más deseado. El famoso “yo” está siempre velando por la supervivencia de sí mismo; y este yo es una clara creación de la mente. Y me apoyo en el hecho de que no existen dos yos iguales e incluso a lo largo de la vida un yo sufre modificaciones personales e intransferibles. Por lo tanto no existe mayor comunicación entre nosotros y el mundo sino es a través de ese yo, lo que significa que no nos relacionamos directamente con el mundo, y por lo tanto vivimos a expensas de lo que ese filtro autoconstruido con un claro propósito (la supervivencia) nos revele. Creemos que el yo es necesario para “conectar” con el mundo y esto es una de las creencias mayoritarias, atemporales y más perversas de la especie. Este “magnífico” mecanismo rige desde los albores de la autoconciencia humana, y es el que nos impide relacionarnos, vivir y amar como verdaderos seres humanos. Vivimos verdaderamente inmersos en burbujas impermeables, todo lo que entra en la burbuja es manufacturado concienzudamente por el yo, el ego, aquello que creemos ser; esa es la creencia de las creencias, mayor incluso que la de Dios porque es el ego quien lo inventó.
En su día inventamos la palabra tolerancia para decir que todas las creencias pueden convivir juntas. Un simple ejemplo como podría ser la creencia en Dios y sus múltiples y excluyentes interpretaciones, puede dejar claro que este argumento tiene más vías de agua que un submarino viejo. Más bien las creencias hoy se imponen por votación popular o por sufragio especializado (ej.: parlamento europeo), pero se imponen igualmente; hecho este que siempre deja a un importante sector de la población a merced del “contrincante”. Cuando una creencia manda sin oposición se transforma en poco tiempo en una dictadura, y si por el contrario, es atacada con dureza, entonces, ante el cierre de filas se fomenta el nacimiento del fanatismo, pues son los más fanáticos los que pueden marchar en momentos así. En cualquiera de los dos casos recordemos que los extremos se tocan… Hoy en día creemos que todas las alternativas tienen cabida, pero lo único que hacemos es imperar u oponernos alternativamente como medio de avance social; a nadie le parecería normal que unos caminantes que supuestamente se dirigen hacia el mismo lugar avanzaran sujetándole las piernas al compañero que encabeza la marcha. Pero aunque este sencillo ejemplo se entiende rápidamente, nuestra naturaleza sectaria se impone en la mayoría de las ocasiones, y cuando sacamos a pasear la tolerancia es para ganar tiempo y salvar parte de nuestros intereses y no para llegar a la solución más equitativa. Y es que el yo, por constitución interna impide todo eso.
Observo que las creencias asientan firmemente en el yo el concepto que cada uno tiene de sí mismo y por extensión del mundo. Vivimos en un intento constante de auto proyección de nosotros mismos y al no conseguirlo luchamos porque así sea. La violencia, la lucha, son medios utilizados para imponer nuestro criterio. Por ejemplo, la democracia parece que ha desterrado el uso de la violencia física para imponer una idea, pero eso es así en una mínima parte. Hoy empleamos la violencia física fuera de nuestras fronteras, mientras utilizamos formas más sutiles de violencia en nuestra casa para imponer los criterios de unos cuantos. Lo único que hicimos fue llevar la violencia fuera de la puerta de casa para culpar de violento el comportamiento de los demás y justificar así nuestra intervención. Las guerras las llevamos a aquellos lugares donde nos interesa tener cierto control y luego les imponemos nuestro sistema social interviniendo directamente en la elección de sus principales cargos para asegurarnos su fidelidad a nuestra idea. Así se comportan los virus…
Y es que el miedo que experimenta la mente ante el vacío que le rodea, la hace cerrarse sobre sí misma e inventar parches para el modelo del mundo que creó, e inventa nuevos modelos cuando el vigente ya no tiene arreglo; ella procrea a su manera. Para que esos modelos prosperen necesita de la creencia; por lo tanto esta se comporta como un motor que debe ser revisado, renovado y alimentado cíclicamente (renovación a través del adoctrinamiento). Así que existe una relación directa entre el fortalecimiento de la creencia y los mundos emocional y racional.
No digo que las creencias sean malas, sino que son innecesarias cuando el mundo se vive de forma global, esto es, sin intérpretes. Pero la creencia no cesa por escribir o razonar más o menos coherentemente, la creencia cesa cuando nos tomamos la molestia de observar todo lo que nos rodea en cada instante, no continuamente (nos volveríamos locos), sino de momento a momento. Esta forma de vivir requiere tal cantidad de energía que debemos retirarla del ensimismamiento del yo para poder realizarlo. De esta forma el yo se queda sin su egoísta bucle de energía y esa puerta que se abre nos relaciona directamente con el mundo. Vulnerabilidad ante la exposición directa es lo que nos espera, y esto requiere vivir sin miedo (creado por el ego para tenernos amarraditos). Por ello a muy pocas personas se les ha ocurrido, o han osado intentar plantearse seriamente vivir sin creencia alguna, esto es, viviendo y muriendo en cada instante, no acumulando nada, (sin acumular el residuo de la vivencia que es la experiencia). Y no me refiero precisamente a convertirse en un analfabestia, un escéptic@ total, un incrédul@ recalcitrante, un descreid@ impenitente…
Creyendo en estas palabras corres el riesgo de convertirlas en nuevos dogmas que dirigirán tu vida. Haciendo lo contrario reafirmarás los que ya tienes. Sólo queda volar por un@ mism@ y comenzar a vivir, a relacionarse; el mundo está ahí, vívelo, así de simple.